La línea de defensa inmunológica
La piel cuenta con un ejército de queratinocitos, linfocitos y células de Langerhans que ayudan a identificar a los agentes extraños –antígenos– y protegen el sistema inmune. Se estima que hay 20.000 millones de linfocitos T en la piel, mucho más que en la sangre.
En su parte más externa, la piel cuenta con una población permanente de billones de bacterias y hongos de centenares de especies distintas que, en gran medida y si se mantienen en equilibrio y simbiosis con nuestro cuerpo, entrenan a nuestro sistema inmune a protegerse de agresiones y reducen los problemas de dermatitis atópica, alergias o enfermedades autoinmunes. Además, aceleran la respuesta de las defensas ante una herida y favorecen su curación.
Nos identifica y nos hace únicos
La piel conforma una parte de nuestra personalidad más íntima porque en la yema de los dedos se forman las huellas dactilares que son personales y únicas para cada persona. Además, cada piel emite su propio olor sutilmente diferente y tiene su tono de color que se adapta a la intensidad de la radiación solar que recibimos en cada momento produciendo melanina. Esta es la razón de la distribución del tono de la epidermis a lo largo y ancho del planeta: Las poblaciones más próximas al ecuador la tienen más oscura, y cerca de los polos se aclara. Los datos epidemiológicos y fisiológicos apuntan a que la selección natural lo ha distribuido así para regular los efectos de la radiación ultravioleta sobre el ácido fólico, que se destruye con la luz solar, y la vitamina D, que se produce bajo la acción del sol. Las dos moléculas son básicas para el sistema reproductivo, el desarrollo del sistema nervioso, el crecimiento de los huesos y para mantener el sistema inmune a punto.
Un órgano que se deja cuidar
El sol es el principal factor externo que puede incidir negativamente en la salud de la piel. El grado de radiación ultravioleta puede variar según la hora, por lo que se recomienda utilizar protector solar durante todo el día en primavera y verano. A partir de las 10 de la mañana y hasta las 4 de la tarde, la radiación de rayos ultravioleta es bastante alta, por lo que en este horario se recomienda no exponerse al sol. Es más, aunque el día esté nublado, las nubes dejan pasar al menos el 80% de radiación.
Otro factor importante es lograr que la piel se mantenga hidratada. Para ello, se recomienda beber agua con bastante frecuencia. Suelen recomendarse dos litros diarios que, además, aportan grandes beneficios para la salud en general.
También hay que prestar atención a la higiene y a la limpieza con productos neutros o específicos como el agua micelar. La limpieza no puede ser en ningún caso excesiva por qué eliminaríamos los aceites naturales que posee la piel y dañaríamos su flora bacteriana. Una vez que nuestra piel se encuentre limpia, podemos aplicar productos hidratantes y activos regeneradores para proteger la piel, siempre en función de sus características específicas y con control dermatológico.
Para mantener una piel sana, también es básica una alimentación equilibrada. Son recomendables las frutas, verduras, granos integrales y proteínas magras. Las últimas investigaciones sugieren que una dieta con alto contenido de aceite de pescado o suplementos de aceite de pescado y baja en grasas no saludables y carbohidratos procesados o refinados podría promover una piel más joven.
Cuidado con el estrés. Cuando el estrés está fuera de control, la piel puede volverse más sensible y se pueden desencadenar brotes de acné y otros problemas cutáneos. Es importante dormir lo suficiente, fijar límites razonables al trabajo y a las tareas pendientes y encontrar tiempo para hacer las cosas placenteras.